Durante cerca de tres siglos, el Cuzco fue un centro artístico sin paralelo en Sudamérica. Los pintores de esa ciudad forjaron una tradición local, dueña de un estilo propio que lograría expresar las complejas aspiraciones de la sociedad virreinal. Esta obra interpreta a la criolla limeña, Isabel Flores de Oliva (1586-1617) quien fue la primera americana elevada a los altares con el nombre de santa Rosa de Lima. Su rápido proceso de canonización, que culminó en 1671, fue alentado por la sociedad colonial en pleno y desde entonces la imagen de la nueva santa se difundió en forma de estampas, efigies escultóricas y lienzos.